miércoles, 26 de agosto de 2009

Descubriendo el aura tiñosa.

Pronto estará en circulación el número 16 (correspondiente al mes de agosto) de La Calle del Medio. Como adelanto quiero ofrecer este simpático y agudo comentario de Antonio Rodríguez Salvador, quien debuta con una columna en sus páginas. La ilustración que lo acompaña es de Zardoyas.
Antonio Rodríguez Salvador.
Me pregunto por qué solemos despreciar al aura tiñosa, si en definitiva es un pajarraco tan prieto, cabecipelado, y carroñero como el cóndor.
Sin embargo, cóndor se llama una moneda de oro puro, equivalente a diez pesos en Colombia y Chile. Y la Gran Cruz del Cóndor de los Andes es una condecoración que el gobierno boliviano otorga a hombres y mujeres ilustres. Y vemos el cóndor en apellidos de patriotas: José Gabriel Condorcanqui (Tupac Amaru); y en alevosas operaciones militares: lo mismo en la tristemente célebre Legión Cóndor nazi que bombardeó la aldea de Guernica, que en la no menos amarga Operación Cóndor, todavía en el dolor de muchos latinoamericanos. En fin, por qué despreciamos al aura tiñosa y, en cambio, magnificamos al cóndor.
Tanto, que el cóndor aparece en una ópera de Carlos Gomes, y en una escultura de Marina Núñez del Prado, y en un óleo de Alejandro Obregón, y en una novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal… Y, por supuesto, en películas: Sangre de cóndor, del boliviano Jorge Sanjinés; o Alsino y el cóndor, del chileno Miguel Littín, o aquella muy famosa, Los tres días del cóndor, un clásico de Sydney Pollack, con Robert Redford.
Mas, qué pensaría usted, lector, si de pronto le comunican que sus méritos serán premiados con la medalla del aura tiñosa; o si su jefe dice que va a pagarle el sueldo con algunas aura tiñosas; o si en el día de su cumpleaños los amigos le regalan un aura tiñosa de cerámica.
Y por qué ocurre esta discriminación, si ya vimos que no es por su plumaje funerario, ni porque gusta usar como restaurante los sepulcros, ni por su cabeza calva y colorada. Alguno dirá: Es que se le ve como emisaria de Olofi; pero sucede que en varias culturas originarias de América también el cóndor es mensajero de la muerte.
Sin embargo, cuando al cóndor le aprieta el hambre, no es raro que ataque animales domésticos, algo que jamás haría el aura tiñosa. Es más, el aura tiñosa realiza una importante labor de saneamiento: se ocupa de limpiar de carroña las zonas pobladas; algo que no hace el cóndor: ¿a quién le molestaría una peste de animal muerto en la cumbre de una montaña?
En fin, lector, tan importante es el trabajo del aura tiñosa que, sin ella, probablemente los cubanos hubiéramos demorado siglos en tener ciudades. Parece exagerada esta afirmación, pero, si acudimos a las diversas relaciones de obispos —que dejaron constancia de cómo era la vida en la isla durante el siglo XVI— descubrimos que cuatro de las primeras villas fundadas por el adelantado Diego Velásquez debieron mudarse de sitio al ser invadidas por las hormigas.
La base alimentaria de los indígenas tainos era muy pobre y, en consecuencia, se generaban escasos desechos; pero junto con el colonizador español llegaron también el cerdo, el caballo, y el ganado vacuno, y así también crecieron los niveles de desperdicios. La comida abundante hacía crecer excesivamente las poblaciones de hormigas, las cuales no solo llegaron a invadir casas, sino hasta devorar bebés en sus cunas.
En esa época no había auras tiñosas en la isla: los cronistas de indias no mencionan su avistamiento en ninguna de las grandes Antillas, y solo llegó a Cuba a finales del siglo XVI —se conservan dos fémures que datan de la primera mitad del siglo XVII; son estos los restos fósiles de aura más antiguos en la isla.
Pero, ¿qué pinta la tiñosa en la fundación de las ciudades cubanas? Bueno, pues que sin ella este país hubiera sido un infierno de hormigas. Hubiésemos estado mudando villas de un lugar a otro hasta que se inventara el insecticida. Como si fuésemos tribus nómadas, La Habana hubiera pasado de cerca de Batabanó, lugar donde fue fundada, hasta la bahía donde hoy se asienta, y luego quizá la hubiesen trasladado a Matanzas, y de ahí quién sabe si ya estaría por Cienfuegos o Trinidad.
En fin, volvamos a la pregunta: ¿Entonces por qué despreciamos al aura tiñosa y, por el contrario, magnificamos al cóndor si, en definitiva, ambos son igualmente buitres?
He estado buscando analogías para explicármelo, y quizá le pasa como al capitalismo: hay uno rico y otro pobre; uno celestial y otro demoníaco, y, en definitiva, ambos también son buitres.
Sin embargo, más que demonizada, la mayoría de las veces el aura tiñosa es simplemente ignorada; algo que también sucede con el capitalismo del sur: una vergüenza para la familia. Y tanto como este, ni derecho tiene a globalizar su nombre. Por ejemplo, si quiero que diversos lectores de diversas geografías hispanohablantes puedan entender qué diablos es un aura tiñosa, debo aclarar primero que es un ave semejante al gallinazo, al zopilote, al zamuro, al urubú, o al jote de cabeza roja.
En cambio, el capitalismo del norte da la impresión que es el único capitalismo que existe, y en consecuencia es propuesto como símbolo de poder y majestuosidad: un superhéroe manso, e incluso romántico como la balada de Simon y Garfunkel: El cóndor pasa.
En realidad, el capitalismo del norte usa como símbolo un águila —no un cóndor—, pero da lo mismo: el águila es también un pajarraco prieto, vive de la rapiña, y es pariente del buitre. Y vea usted, no por eso dejan de dedicarle homenajes, películas, novelas; espacios y más espacios en la prensa, en Internet, en la televisión… Tanta es la apología mediática que, si no lo viésemos siempre posado sobre cadáveres, parecería santo.

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