viernes, 12 de septiembre de 2014

El Premio Nobel de la Paz va a la guerra

Omar Rafael García Lazo
Ocurrió lo que se necesitaba: un pretexto más sólido, más limpio, aunque igual de cínico. Obama ha anunciado la formación de una coalición internacional para combatir, sin desplazar tropas, al grupo terrorista Estado Islámico, tanto en Iraq como en Siria.
Se esperaba algo así, sobre todo después de que ningún satélite, ningún medio de exploración aéreo o terrestre, ningún espía de la OTAN, EE.UU., Israel o algún fraticida Estado árabe, advirtiera que un grupo “irregular” de miles de bandidos terroristas con medios de transporte y armamento pesado, que hace más de tres años combate en Siria, avanzaba desde ese país en dirección a Iraq.
Pero el sentido común, en un esfuerzo por no sucumbir a la marea mediática que trata de nublar la realidad, nos indica que es absolutamente imposible que en Washington se hayan enterado de la ofensiva terrorista contra Iraq solo cuando estos ya tenían plantada su bandera en la provincia iraquí de Saladino, o que se enteraran de las atrocidades de los terroristas por dos videos difundidos en la red, cuando antes, mucho antes, ya esos bandidos habían cometido fechorías igual de repugnantes en territorio sirio, mientras que en Washington solo se pensaba en cómo apoyar a esa “oposición”.
Pero si faltara algo para convencerse, solo hay que observar cómo los terroristas mercenarios comercian con total tranquilidad el petróleo que emana del suelo iraqui que hoy ocupan. ¿Cómo es posible que la primera potencia mundial y sus aliados occidentales y árabes unido a Israel no consigan saber quién compra ese petróleo, cómo lo transportan, cómo hacen las transacciones financieras, dónde compran el armamento y quién se los vende?
Ni Reagan, ni Bush padre, ni siquiera Bush Jr. fueron tan cínicos como Obama en los momentos en que anunciaron al mundo la decisión de ir a algunas de las tantas guerras imperiales que ese país ha iniciado. Esta vez la desfachatez política alcanzó ribetes inimaginables, pues a los cuestionamientos anteriores, debemos sumar la imagen de pacifista y hombre de diplomacia que el sistema le ha construido a uno de sus hombres, el mismo que promovió los golpes de Estado en Honduras, Paraguay, Ecuador y Bolivia, el que mantiene una ofensiva contra Venezuela, recrudece el cerco financiero contra Cuba, desangró a Libia y Siria, alienta la violencia en Ucrania y cerró los ojos frente al crimen israelí en Gaza.
Bastante se ha denunciado la catadura moral de la “oposición siria”, compuesta en su mayoría por mercenarios árabes, europeos y hasta asiáticos. Muy claro también está qué intereses representan y defienden. Llama poderosamente la atención que siendo árabes no se hayan inmutado ante la ofensiva sionista de Israel contra Gaza. ¿Por qué no dirigieron sus efectivos para defender a los palestinos? ¿Acaso no es el sionismo el enemigo histórico de todos los árabes, tengan la confesión que tengan?
La movida está muy clara. Después de las victorias del Ejército de Siria contra los grupos mercenarios y terroristas, EE.UU. y sus aliados cambiaron el juego táctico hacia Iraq con el fin de darle cobertura política a la decisión de bombardear Siria.
De paso, removieron al incómodo Primer Ministro shiíta Nuri Al Maliki, amigo de Damasco y Teherán y golpearon a HAMAS en Gaza. Todo parece indicar que en el Pentágono y el Departamento de Estado existe la convicción de que ha llegado el momento de reequilibrar a su favor la balanza geopolítica en la zona y retomar la iniciativa contra Siria e Irán en el plano táctico, pues el objetivo estratégico sigue siendo Rusia.

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