miércoles, 23 de marzo de 2016

Lo que dice y no dice Obama

Enrique Ubieta Gómez
Publicado en Granma
23 de marzo de 2016
El Presidente Obama es un buen comunicador. Significa que sabe colocar las palabras, los gestos, la mirada. Parece como si improvisara, pero tiene frente a sí un “teleprompter” que el público no percibe. Su lógica discursiva va de­jando espacios de aire que eluden, minimizan o manipulan los hechos. El pueblo cubano no alberga sentimientos de odio hacia el pueblo estadounidense, y escucha al Presidente que propició el reinicio de relaciones diplomáticas con disposición amistosa. Ello no significa que no perciba los saltos. Quizá, en una de esas frases dichas sin demasiado énfasis, radica la primera confusión: si bien es cierto que el go­bierno estadounidense y el cubano fueron ad­versarios y no sus pueblos, este último y su pue­blo compartieron durante estas décadas de confrontación similares ideales y propósitos. No podría entenderse la sostenibilidad de esa Revolución y la ineficacia de un bloqueo que ocasiona enormes dificultades en la vida cotidiana de sus ciudadanos, si no se parte de esa premisa. No podría entenderse la legitimidad de cada conquista revolucionaria, si no se co­no­ce además la historia de las relaciones entre los dos países.
El Presidente Obama introduce esa historia con una alusión simbólica a las aguas del Estre­cho de la Florida, a los que van y vienen de un lado al otro. Habla de los sufrimientos del “exiliado” cubano —término que obvia el hecho de que este suele pasar sus vacaciones, sin peligro alguno, en Cuba, o incluso, como se ha puesto de moda, sus años finales de vida al am­paro del sistema estatal cubano de salud—, que se­gún el discurso oficial de su gobierno, va en busca de “libertad y oportunidades”, pe­ro no aclara si se refiere a los torturadores, asesinos y ladrones del ejército batistiano que hu­yeron a los Estados Unidos en los primeros me­ses de la Revolución, a los niños que fueron separados de sus padres en virtud de una propaganda mentirosa y un criminal Programa de­nominado Peter Pan, a los médicos o deportistas incitados a desertar de sus misiones de solidaridad o de eventos internacionales, con la promesa de una vida material más holgada o jugosos contratos, o a los que, cansados del blo­queo, o de vivir en un país digno pero pobre, saltan en balsas hacia el llamado Primer Mundo, al amparo de la política de pies secos-pies mojados y de la Ley de Ajuste Cubano, que politiza la decisión de todo inmigrante.
Cuando expresaba sus sentidas condolencias y su solidaridad hacia el pueblo belga por los atentados terroristas que acaban de producirse en Bruselas, con el lamentable saldo de más de 30 muertos, los cubanos sentimos esa he­rida como propia: en estas décadas de aco­so, el terrorismo con base en territorio norteamericano ocasionó 3 478 muertos y 2 099 in­capacitados. Algunos de esos “exiliados”, cu­yos sufrimientos dice comprender, han ejercido o ejercen el terrorismo, en Cuba y en los Es­tados Unidos. Posada Carriles, coautor intelectual de la voladura de un avión civil cubano en pleno vuelo y responsable de la muerte de to­dos sus pasajeros y tripulantes, vive tranquilamente en Miami. Por eso nos pareció un acto de justicia imprescindible que liberara a los tres cubanos que aún permanecían presos en aquel país por combatir el terrorismo, el mis­mo día que ambos presidentes anunciaban la intención de reanudar relaciones.
Sin embargo, reconozco que avanza un po­co más cuando reconoce que “antes de 1959 al­gunos estadounidenses consideraban que Cu­ba era algo a ser explotado, no prestaban atención a la pobreza, permitían la corrupción”, y agrega, “yo sé la historia, pero no voy a estar atrapado por la misma”. Entonces, recita el ver­so de José Martí, “cultivo una rosa blanca” y declara: “como Presidente de los Estados Uni­dos de América, yo le ofrezco al pueblo cu­bano el saludo de paz”.
Eso, lo apreciamos. No citaré a José Martí, aunque podría traer a colación sus muchas observaciones críticas y ad­verten­cias sobre la “democracia” estadounidense. Solo diré que el camino que quería para Cuba no era ese.
¿Por qué ahora?”, pregunta Obama, y se res­ponde con naturalidad: “Lo que estaba ha­ciendo Estados Unidos no funcionaba”. Pero, ¿no funcionaba?, ¿no sería mejor decir que era inmoral?, ¿que causaba sufrimientos, e incluso muertes? “El embargo hería a los cubanos en vez de ayudarlos”. Nos hería en nuestros sentimientos de pueblo digno, sí, pero también afectaba nuestras vidas. El bloqueo es criminal. ¿No debía acaso pedir perdón, en nombre del Estado que representa, a todos los cubanos? La expresión “no funcionaba”, alu­de, aunque no lo exprese de manera directa, a la heroica resistencia del pueblo cubano, a su decisión de preservar su independencia y su soberanía, y también a la perversa razón del cambio: si no funcionaba, hay que hacer algo que funcione (algo que los obligue o los conduzca a hacer lo que queremos que hagan). Me parece que el sentido del cambio se esconde en esa expresión.
Hay un problema adicional con ese efectista ofrecimiento del saludo de paz: la Ley de Ajuste Cubano, la política de pies secos-pies mojados, la política de estímulo a la deserción de médicos y deportistas, y el bloqueo económico, comercial y financiero, siguen vigentes. Del territorio ocupado en Guantánamo durante una centuria contra nuestra voluntad, ni una sola palabra. Entonces, ¿cuál es la rama de oli­vo?, ¿dónde está la rosa blanca? Obama ha abierto un camino que se inicia con el restablecimiento de relaciones, y que pasa por muchas disposiciones ejecutivas antes de que el Con­greso se disponga a cancelar las leyes del bloqueo. En ese camino, todavía puede hacer mucho más.
“Vine aquí para dejar atrás los últimos vestigios de la guerra fría en las Américas”, declara de manera solemne.
Entonces, ¿acepta la con­vivencia civilizada que Cuba propone, con un Estado socialista a 90 millas de sus costas?, ¿dejará que Venezuela, Ecuador, Bolivia, Bra­sil, y todos los pueblos latinoamericanos decidan sin injerencia alguna sus destinos? “He­mos desempeñado diferentes papeles en el mundo”, dice con honestidad, aunque no creo que comprenda o acepte el papel asumido por el imperialismo, que pese a todo representa. “Hemos estado en diferentes lados en diferentes conflictos en el hemisferio”, agrega. Es un tema delicado, porque los sucesivos gobiernos estadounidenses apoyaron a Batista, a los So­moza, a Trujillo, a Pérez Jiménez, a Stroessner, a Hugo Bánzer, a Pinochet, a Videla, etc. Y com­batieron a  Cárdenas, a Arbenz, a Torrijos, a Velazco Alvarado, a Salvador Allende, a Chá­vez, a Evo… “Tomamos diferentes caminos para apoyar al pueblo de Sudáfrica para que erradicara el apartheid, pero el presidente Cas­tro y yo, ambos, estuvimos en Johannesburgo pagándole un tributo al legado de Nelson Man­dela”, afirma y no sé a qué apoyo se refiere, porque el gobierno que encarceló a Man­dela fue un aliado estratégico de Washington, aunque él era apenas un niño en aquellos años. Cuba pagó su tributo a Mandela con la sangre derramada por sus hombres y mujeres en la selva africana, mientras rechazaba junto a los combatientes angolanos la invasión de la Sudáfrica racista.
El Presidente Obama sabe que el pueblo cubano aprecia y defiende la independencia conquistada, por eso reitera que “Estados Uni­dos no tiene ni la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba, los cambios de­penden del pueblo cubano (…) conocemos que cada país, cada pueblo debe forjar su propio destino, su propio modelo”. Sin embargo, la “nueva era” presupone “sus” cambios… en Cuba. Primero enumera los “valores” que todo país debe compartir, y algunas medidas que Cuba en particular debe aplicar. Luego, no tan veladamente, establece condiciones: “aunque levantemos el embargo mañana —dice— los cubanos no van a alcanzar su potencial sin ha­cer cambios aquí en Cuba”. Cree que puede ga­narse la voluntad de los jóvenes: “estoy apelando a los jóvenes de Cuba que tienen que construir algo nuevo, elevarse.
¡El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano!”, como si no lo estuviera desde 1959. Y afirma: “yo sé que el pueblo cubano va a tomar las decisiones correctas”. También yo lo sé. La diferencia estará sin dudas en el criterio de corrección o de conveniencia que establezcamos. El modelo de sociedad al que aspiramos, no es la corrupta Miami, como propone Obama con insólita candidez.
“El pueblo no tiene que ser definido como opositor a los Estados Unidos, o viceversa”, di­ce, y utiliza un vocabulario ajeno a nuestra edu­cación política. No somos opositores a los Estados Unidos, somos hermanos de su gente de bien, sencilla y creadora, y le tendemos la mano a su gobierno, siempre que esté dispuesto a respetar el camino elegido por Cuba, que tanta sangre y sacrificios costara. “Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”, sentenciaba José Martí. Ese es el enigma: ¿quién de los dos nos tiende la mano?

Dudas y certezas de una visita

Enrique Ubieta Gómez
Publicado en Granma
22 de marzo de 2016
Que alguien nos lo recuerde, por favor. Han pasado 57 años y yo acababa de nacer. El Pre­sidente Obama no había nacido. ¿Cuál fue el punto de ruptura de Cuba y los Estados Uni­dos?, ¿por qué, apenas un año después de iniciada la Revolución, en diciembre de 1960, el Gobierno estadounidense suprimía la cuota azucarera que cada año reservaba al principal producto cubano de exportación?, ¿acaso porque se violaban los derechos humanos? No lo creo. La Revolución había derribado una dictadura que los violaba impunemente, que asesinaba a los jóvenes en las calles. Aquel ejército asesino y corrupto combatía a los insurgentes en las montañas orientales, con armas estadounidenses. ¿Por qué, si no habían roto con Batista, rompían con el recién estrenado go­bier­no revolucionario? Ah, la doctrina imperial de seguridad nacional: el país no termina donde termina, se extiende hasta las torres de petróleo del Medio Oriente o de Venezuela, has­ta cualquier lugar donde operen o pretendan operar las trasnacionales. Se le impuso el bloqueo económico, comercial y financiero a una semicolonia que se insubordinaba; algo que, ciertamente, afectaba sus intereses económicos trasnacionales.
Nuestro Presidente ha propuesto al Go­bierno de los Estados Unidos una convivencia civilizada que acepte y respete las diferencias. Pero cuando el Presidente Obama habla de que el bloqueo no produjo los resultados esperados y que ha decidido por ello cambiar de estrategia (no de fin), dudo. ¿Será posible?, ¿querrán, de verdad, ellos? ¿No será que el multipartidismo que exigen y el desarrollo de la propiedad privada que desean se asocia no a la Carta de los Derechos Humanos, sino al De­cálogo de una soñada Reconquista económica y política?
Creo que la visita de Obama es un paso positivo. Es un hombre carismático. Con su sonrisa y su inteligencia natural, conquista corazones. Nosotros, quiero decir, los cubanos de las últimas décadas, conocimos a otro tipo de líder. El candidato a un cargo político en aquella sociedad debe ser un producto apetecible para el potencial consumidor: debe saber reír con los humoristas de turno, y si es posible, hasta bailar. Los electores-consumidores lo tendrán en cuenta —se supone—, si es simpático, y parece seguro de sí. Su programa de gobierno recogerá dos o tres tópicos de gran demanda para el sector que representa y mantendrá el orden establecido. Yo agradezco que venga, y que intente capturar mis sentimientos. Pero los cubanos hemos estudiado, y eso sirve de algo: las medidas que ha tomado para desestructurar el bloqueo, en lo posible, eluden la colaboración con el Estado, que es por cierto quien asegura la salud y la educación gratuita de todos los cubanos, y la seguridad social de niños, ancianos y desvalidos. Su propósito, insiste en ello, es estimular el éxito de los llamados “emprendedores”, los pequeños y medianos propietarios. Cree que ellos abrirán el camino hacia el capitalismo cubano. El capitalismo cubano, desde luego, no sería muy cubano. Y aquí está la bola escondida; porque si las trasnacionales regresan y se apoderan del país como antes, los pequeños y medianos propietarios serían barridos. Resulta que, paradójicamente, los cuentapropistas cubanos se­rán exitosos mientras vivan en una sociedad socialista.
A pesar de estas cavilaciones incómodas, me sentí satisfecho cuando dijo: “el destino de Cuba no va a ser decidido ni por Estados Unidos ni por otra nación, el futuro de Cuba —es soberana y tiene todo el derecho de tener el orgullo que tiene— será decidido por los cubanos y por nadie más.”
¿Entenderá lo que para noso­tros significa, en términos de soberanía na­cional, que ocupen ilegalmente por más de cien años parte de  nuestro territorio en Guan­tánamo?
Si la idea es que nuestros pueblos se en­cuentren y compartan con libertad sus criterios, aceptamos el reto. Nosotros también tenemos cosas que aportar y criterios que defender; no es gratuito el interés mutuo por desarrollar investigaciones médicas conjuntas, y por colaborar en el control de epidemias que afectan por igual a todos los pueblos del mundo, como las del cólera en Haití, el ébola en África o el zika, más recientemente. Entonces, no entiendo por qué Obama, si elogia la actitud de Cuba en África, mantiene el programa que estimula la deserción de los médicos y enfermeros que colaboran en otras naciones.
La lógica de la convivencia civilizada conduce a la eliminación incondicional del bloqueo. Y descarta frases como esta: “hay mayor interés en el Congreso para eliminar el embargo. Como dije anteriormente, la rapidez con que ello suceda, en parte va a depender de que podamos solventar ciertas diferencias sobre asuntos relacionados con derechos humanos.” La no aceptación del sistema político cubano, digámoslo de una vez, nada tiene que ver con principios o convicciones humanistas, sino con intereses económicos imperialistas. Fidel y Raúl —tanto como Camilo y el Che, entre otros— conquistaron el corazón de los cubanos en 1959, no por un estudiado carisma eleccionario, sino porque primero pusieron en juego el suyo propio, porque más que con palabras —y no se puede decir que hablaran po­co— hablaron con hechos. Es el tipo de líder al que se acostumbraron los cubanos. Obama no pudo resistir la tentación de fotografiarse con la silueta del Che a sus espaldas; él nada tuvo que ver con su muerte, desde luego, pero es el Pre­sidente del imperio que la decretó. ¿In­ten­taba apoderarse del símbolo o solo se llevaba a casa un souvenir? La apropiación y la manipulación de los símbolos podría ser tema de otro artículo.
Que acepten nuestro socialismo pacífico no es un grave problema, Cuba no es una amenaza para los Estados Unidos. Pero si el imperialismo no se contiene, por naturaleza, en sus fronteras, ¿qué hacemos? Esta visita ya es histórica. Hacía 88 años que no venía un Pre­sidente de ese país; antes del 59, la colonia se administraba desde la Embajada. El puente de la confianza debe construirse desde las dos orillas.

jueves, 10 de marzo de 2016

La visita a Cuba del Presidente Barack Obama

EDITORIAL DEL PERIÓDICO GRANMA
El presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, realizará una visita oficial a Cuba entre el 20 y el 22 de marzo próximos.
Será la segunda ocasión que un mandatario estadounidense llega a nuestro archipiélago. Antes solo lo hizo Calvin Coolidge, quien desembarcó en La Ha­bana en enero de 1928. Arribó a bordo de un buque de guerra para asistir a la VI Conferencia Panamericana, que se efectuaba por aquellos días bajo los auspicios de un personaje local de infausta memoria, Gerardo Machado. Esta será la primera vez que un Presidente de los Estados Unidos viene a una Cuba dueña de su soberanía y con una Revolución en el poder, encabezada por su liderazgo histórico.
Este hecho se inserta en el proceso iniciado el 17 de diciembre de 2014, cuando el presidente de los Consejos de Estado y de Mi­nis­tros de Cuba, General de Ejército Raúl Cas­tro Ruz y el presidente Barack Obama, anunciaron simultáneamente la decisión de restablecer las relaciones di­plomáticas, rotas por los Estados Unidos casi 54 años antes. Forma parte del complejo proceso hacia la normalización de los vínculos bilaterales, que apenas se inicia y que ha avanzado sobre el único terreno posible y justo: el respeto, la igualdad, la reciprocidad y el reconocimiento de la legitimidad de nuestro gobierno.
Se ha llegado a este momento como resultado de la heroica resistencia del pueblo cubano y su lealtad a los principios, la defensa de la independencia y la soberanía nacionales, en primerísimo lugar. Tales valores, no negociados en más de 50 años, condujeron al actual gobierno de los Estados Unidos a admitir los daños severos que el bloqueo ha causado a nuestra población y al reconocimiento del fracaso de la política de abierta hostilidad hacia la Revolución. Ni la fuerza, ni la coerción económica, ni el aislamiento lograron imponer a Cuba una condición contraria a sus aspiraciones forjadas en casi siglo y medio de heroicas luchas.
El actual proceso con los Estados Unidos ha sido posible también gracias a la inquebrantable solidaridad internacional, en particular, de los gobiernos y pueblos latinoamericanos y caribeños, que colocaron a los Es­ta­dos Unidos en una situación de aislamiento in­sos­tenible. “Como la plata en las raíces de Los Andes” —tal como expresara nuestro Hé­roe Nacional José Martí en su ensayo “Nues­tra América”—, América Latina y el Caribe, fuertemente unidos, reclamaron el cambio de la política hacia Cuba. Esta demanda regional se patentizó de manera inequívoca en las Cum­bres de las Américas de Puerto España, Trinidad y Tobago, en 2009, y de Car­tagena, Co­lombia, en 2012, cuando to­dos los países de la región exigieron unánime y categóricamente el levantamiento del bloqueo y la participación de nuestro país en la VII cita hemisférica de Panamá, en 2015, a la que por primera vez asistió una delegación cubana, encabezada por Raúl.
Desde los anuncios de diciembre de 2014, Cuba y los Estados Unidos han da­do pasos hacia la mejoría del contexto bilateral.
El 20 de julio de 2015, quedaron oficialmente restablecidas las relaciones diplomáticas, con el compromiso de desarrollarlas sobre la base del respeto, la cooperación y la observancia de los principios del Derecho Internacional.
Han tenido lugar dos encuentros entre los Presidentes de ambos países, además de intercambios de visitas de ministros y otros contactos de funcionarios de alto nivel. La cooperación en disímiles áreas de beneficio mutuo avanza y se abren espacios de discusión, que permiten un diálogo sobre temas de interés bilateral y multilateral, incluyendo aquellos en los que tenemos diferentes concepciones.
El mandatario estadounidense será bienvenido por el Gobierno de Cuba y su pueblo con la hospitalidad que los distingue y será tratado con toda consideración y respeto, como Jefe de Estado.
Esta será una oportunidad para que el Presidente de los Estados Unidos aprecie directamente una nación enfrascada en su desarrollo económico y social, y en el mejoramiento del bienestar de sus ciudadanos. Este pueblo disfruta derechos y puede exhibir logros que constituyen una quimera para muchos países del mundo, a pesar de las limitaciones que se derivan de su condición de país bloqueado y subdesarrollado, lo cual le ha merecido el reconocimiento y el respeto internacionales.
Personalidades de talla mundial como el Papa Francisco y el Patriarca Kirill describieron a esta isla, en su declaración conjunta emitida en La Habana en febrero, como “un símbolo de esperanza del Nuevo Mundo”. El presidente francés, François Hollande afirmó recientemente que “Cuba es respetada y escuchada en toda América Latina” y elogió su capacidad de resistencia ante las más difíciles pruebas. El líder sudafricano Nelson Man­dela tuvo siempre para Cuba palabras de profundo agradecimiento: “Noso­tros en África —dijo en Matanzas, el 26 de julio de 1991— estamos acostumbrados a ser víctimas de otros países que quieren desgajar nuestro territorio o subvertir nues­tra soberanía. En la historia de África no existe otro caso de un pueblo (como el cubano) que se haya alzado en defensa de uno de nosotros”.
Obama se encontrará con un país que contribuye activamente a la paz y la estabilidad regional y mundial, y que comparte con otros pueblos no lo que le sobra, sino los modestos recursos con que cuenta, haciendo de la solidaridad un elemento esencial de su razón de ser y del bienestar de la humanidad, como nos legara Martí, uno de los objetivos fundamentales de su política internacional.
También tendrá la ocasión de conocer a un pueblo noble, amistoso y digno, con un alto sentido del patriotismo y la unidad nacional, que siempre ha luchado por un futuro mejor a pesar de las adversidades que ha tenido que enfrentar. El presidente de los Estados Unidos será recibido por un pueblo revolucionario, con una profunda cultura política, que es resultado de una larga tradición de lucha por su verdadera y definitiva independencia, primero contra el colonialismo español y después contra la dominación imperialista de los Estados Unidos; una lucha en la que sus mejores hijos han derramado su sangre y han asumido todos los riesgos. Un pueblo que nunca claudicará en la defensa de sus principios y de la vasta obra de su Re­volución, que sigue sin vacilación el ejemplo de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Antonio Maceo, Julio Antonio Me­lla, Rubén Martínez Villena, An­tonio Guiteras y Ernesto Che Guevara, entre muchos otros.
Este también es un pueblo al que lo unen lazos históricos, culturales y afectivos con el estadounidense, cuya figura paradigmática, el escritor Ernest He­ming­way, recibió el Nobel de Literatura por una novela ambientada en Cuba. Un pueblo que muestra gratitud hacia aquellos hijos de los Estados Uni­dos que, como Thomas Jordan[1], Hen­ry Ree­ve, Win­chester Osgood[2] y Fre­derick Funs­ton[3], combatieron junto al Ejército Libertador en nuestras guerras por la independencia de España; y a los que en época más reciente se opusieron a las agresiones contra Cuba, desafiaron el bloqueo, como el Reverendo Lucius Walker, para traer su ayuda solidaria a nuestro pueblo, y apoyaron el regreso a la Patria del niño Elián González y de nuestros Cinco Héroes. De Martí aprendimos a admirar a la patria de Lincoln y a repudiar a Cutting[4].
Vale recordar las palabras del Líder histórico de la Revolución Cubana, el Co­mandante en Jefe Fidel Castro Ruz, el 11 de septiembre de 2001, cuando afirmó: “Hoy es un día de tragedia para Estados Unidos. Ustedes saben bien que aquí jamás se ha sembrado odio contra el pueblo norteamericano. Quizás, precisamente por su cultura y por su falta de complejos, al sentirse plenamente libre, con patria y sin amo, Cuba sea el país donde se trate con más respeto a los ciudadanos norteamericanos. Nunca hemos predicado ningún género de odios nacionales, ni cosas parecidas al fanatismo, por eso somos tan fuertes, porque basamos nuestra conducta en principios y en ideas, y tratamos con gran respeto —y ellos se percatan de eso— a cada ciudadano norteamericano que visita a nuestro país”.
Este es el pueblo que recibirá al presidente Barack Obama, orgulloso de su historia, sus raíces, su cultura nacional y confiado en que un futuro mejor es posible. Una nación que asume con serenidad y determinación la eta­pa actual en las relaciones con los Estados Uni­dos, que reconoce las oportunidades y tam­bién los problemas no resueltos entre am­bos países.
La visita del Presidente de los Estados Uni­dos será un paso importante en el proceso hacia la normalización de las relaciones bilaterales. Hay que recordar que Obama, como lo hizo antes James Carter, se ha propuesto, desde el ejercicio de sus facultades presidenciales, trabajar para normalizar los vínculos con Cuba y, en consecuencia, ha realizado acciones concretas en esta dirección.
Sin embargo, para llegar a la normalización queda un largo y complejo camino por recorrer, que requerirá de la solución de asuntos claves que se han acumulado por más de cinco décadas y que profundizaron el carácter confrontacional de los vínculos entre los dos países. Tales problemas no se resolverán de la noche a la ma­ñana, ni con una visita presidencial.
Para normalizar las relaciones con los Estados Unidos será determinante que se levante el bloqueo económico, comercial y financiero, que provoca privaciones al pueblo cubano y es el principal obstáculo para el desarrollo de la economía de nuestro país.
Debe reconocerse la posición reiterada del presidente Barack Obama de que el bloqueo tiene que ser eliminado y sus llamados al Congreso para que lo levante. Este es también un reclamo mayoritario y creciente de la opinión pública estadounidense, y casi unánime de la comunidad internacional, que en 24 ocasiones consecutivas ha aprobado en la Asam­blea General de las Naciones Unidas la resolución cubana “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero im­puesto por los Estados Unidos de América con­tra Cuba”.
El mandatario estadounidense ha adop­tado medidas para modificar la aplicación de algunos aspectos del bloqueo, que son positivas. Altos funcionarios de su gobierno han dicho que están en estudio otras. Sin embargo, no ha sido posible implementar una bue­na parte de las medidas, por su alcance limitado, por la persistencia de otras regulaciones y por los efectos intimidatorios del bloqueo en su conjunto, que ha sido aplicado duramente por más de cincuenta años.
Resulta paradójico que, por una parte, el gobierno tome medidas y que, por otra, arrecie las sanciones contra Cuba, que afectan la vida cotidiana de nuestro pueblo.
La realidad sigue mostrando que el bloqueo se mantiene y se aplica con rigor y con un marcado alcance extraterritorial, lo cual tiene efectos disuasivos para las empresas y los bancos de los Estados Unidos y de otros países. Ejemplo de ello son las multas multimillonarias que se continúan imponiendo a compañías y entidades bancarias estadounidenses y de otras nacionalidades por relacionarse con Cuba; la denegación de servicios y el cierre de operaciones financieras de bancos internacionales con nuestro país; y la congelación de transferencias legítimas de fondos hacia y desde Cuba, incluso en monedas distintas al dólar estadounidense.
El pueblo de Cuba espera que la visita del mandatario estadounidense consolide su vo­luntad de involucrarse activamente en un de­bate a fondo con el Congreso para el levantamiento del bloqueo y que entretanto, continúe haciendo uso de sus prerrogativas ejecutivas para modificar tanto como sea posible su aplicación, sin necesidad de una acción legislativa.
Otros asuntos que son lesivos a la soberanía cubana también tendrán que ser resueltos para poder alcanzar relaciones normales en­tre los dos países. El territorio ocupado por la Base Naval de los Estados Unidos en Guan­tá­namo, en contra de la voluntad de nuestro go­bierno y pueblo, tiene que ser devuelto a Cu­ba, cumpliendo el deseo unánime de los cu­ba­nos desde hace más de cien años. De­ben ser eliminados los programas injerencistas di­rigidos a provocar situaciones de desestabilización y cambios en el or­den político, económico y social de nues­tro país. La política de “cambio de ré­gimen” tiene que ser definitivamente sepultada.
Asimismo, debe abandonarse la pretensión de fabricar una oposición política interna, sufragada con dinero de los contribuyentes estadounidenses. Tendrá que ponérsele término a las agresiones radiales y televisivas contra Cuba en franca violación del Derecho Internacional y al uso ilegítimo de las telecomunicaciones con objetivos políticos, reconociendo que el fin no es ejercer una determinada influencia sobre la sociedad cubana, sino poner las tecnologías en función del desarrollo y el conocimiento.
El trato migratorio preferencial que reciben nuestros ciudadanos, en virtud de la Ley de Ajuste Cubano y de la política de pies secos-pies mojados, causa pérdidas de vidas humanas y alienta la emigración ilegal y el tráfico de personas, además de generar problemas a terceros países. Esta situación debe ser modificada, como habría que cancelar el programa de “parole” para profesionales médicos cubanos, que priva al país de recursos humanos vitales para atender la salud de nuestro pueblo y afecta a los beneficiarios de la cooperación de Cuba con naciones que la necesitan. Asi­mismo, debe cambiarse la política que pone como condición a los atletas cubanos romper con su país para poder jugar en las Ligas de los Estados Unidos.
Estas políticas del pasado son incongruentes con la nueva etapa que el gobierno de los Estados Unidos ha iniciado con nuestro país. Todas son anteriores al presidente Obama, pero él podría modificar algunas de ellas por decisión ejecutiva y otras eliminarlas totalmente.
Cuba se ha involucrado en la construcción de una nueva relación con los Estados Unidos en pleno ejercicio de su soberanía y comprometida con sus ideales de justicia social y solidaridad. Nadie puede pretender que para ello, tengamos que renunciar a uno solo de sus principios, ceder un ápice en su defensa, ni abandonar lo proclamado en la Cons­titución: “Las relaciones económicas, di­plomáticas con cualquier otro Estado no podrán jamás ser negociadas bajo agresión, amenaza o coerción de una potencia extranjera”.
No se puede albergar tampoco la me­nor du­da respecto al apego irrestricto de Cuba a sus ideales revolucionarios y an­timperialistas, y a su política exterior com­prometida con las causas justas del mundo, la defensa de la autodeterminación de los pueblos y el tradicional apoyo a nuestros países hermanos.
Como expresó la última Declaración del Gobierno Revolucionario, es y será inamovible nuestra solidaridad con la República Bo­livariana de Venezuela, el gobierno encabezado por el presidente Nicolás Maduro y el pueblo bolivariano y chavista, que lucha por seguir su propio camino y enfrenta sistemáticos intentos de desestabilización y sanciones unilaterales establecidas por la Orden Eje­cu­tiva infundada e injusta de marzo de 2015 que fue condenada por América Latina y el Caribe. La notificación emitida el pasado 3 de marzo prorrogando la llamada “Emer­gencia Na­cio­nal” y las sanciones, es una intromisión directa e inaceptable en los asuntos internos de Venezuela y en su soberanía. Aquella Orden debe ser abolida y esto será un reclamo permanente y firme de Cuba.
Como señalara el General de Ejército Raúl Castro, “no renunciaremos a nuestros ideales de independencia y justicia social, ni claudicaremos en uno solo de nuestros principios, ni cederemos un milímetro en la defensa de la soberanía nacional. No nos dejaremos presionar en nuestros asuntos internos. Nos hemos ganado este derecho soberano con grandes sacrificios y al precio de los mayores riesgos”.
Llegamos hasta aquí, reiteramos una vez más, por la defensa de nuestras convicciones y porque nos asiste la razón y la justicia.
Cuba ratifica su voluntad de avanzar en las relaciones con los Estados Unidos, sobre la base de la observancia de los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas y de los principios de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, firmada por los Jefes de Estado y Gobierno de la región, que incluyen el respeto absoluto a su independencia y soberanía, el derecho inalienable de todo Estado a elegir el sistema político, económico, social y cultural sin injerencias de ninguna forma; la igualdad y la reciprocidad.
Cuba reitera a su vez, plena disposición a mantener un diálogo respetuoso con el Go­bierno de los Estados Unidos y a desarrollar relaciones de convivencia civilizada. Convivir no significa tener que renunciar a las ideas en las cuales creemos y que nos han traído hasta aquí, a nuestro socialismo, a nuestra historia, a nuestra cultura.
Las profundas diferencias de concepciones entre Cuba y los Estados Unidos sobre los modelos políticos, la democracia, el ejercicio de los derechos humanos, la justicia social, las relaciones internacionales, la paz y la estabilidad mundial, entre otros, persistirán.
Cuba defiende la indivisibilidad, interdependencia y universalidad de los derechos hu­manos civiles, políticos, económicos, so­ciales y culturales. Estamos convencidos que es obligación de los gobiernos defender y ga­rantizar el derecho a la salud, la educación, la seguridad social, el salario igual por trabajo igual, el derecho de los niños, así como el derecho a la alimentación y al desarrollo. Re­cha­za­mos la manipulación política y el doble rasero sobre los derechos humanos, que deben ce­sar. Cuba, que se ha adherido a 44 instrumentos internacionales en esta materia, mientras que los Estados Unidos solo han suscrito 18, tiene mucho que opinar, que defender y que mostrar.
De lo que se trata en nuestros vínculos con los Estados Unidos, es que ambos países respeten sus diferencias y creen una relación ba­sada en el beneficio de ambos pueblos.
Independientemente de los avances que se puedan alcanzar en los vínculos con los Es­tados Unidos, el pueblo cubano seguirá adelante. Con nuestros propios esfuerzos y probada capacidad y creatividad, continuaremos trabajando por el de­sarrollo del país y el bienestar de los cubanos. No cejaremos en la de­manda por el levantamiento del bloqueo que tan­to daño nos ha hecho y hace. Per­sis­ti­re­mos en llevar adelante el proceso de ac­tualización del modelo económico y so­cial que hemos elegido, y de construcción de un socialismo prós­pero y sostenible para consolidar los lo­gros de la Re­volución.
Un camino soberanamente escogido y que seguramente será ratificado en el VII Congreso del Partido Co­mu­nis­ta, con Fidel y Raúl en la victoria.
Esta es la Cuba que dará respetuosa bienvenida al presidente Obama.

[1] Mayor General, Jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador (1869).
[2] Comandante. Cayó en combate en el sitio a Guáimaro, el 28 de octubre de 1896.
[3] Coronel artillero, a las órdenes de Calixto García.
[4] Personaje que en 1886 atizó el odio y la agresión contra México.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual

Atilio A. Boron
Se me ha pedido que comparta con ustedes algunas observaciones sobre el tema de la paz y la guerra en el capitalismo actual. Es, sin duda, un asunto de la mayor importancia porque el capitalismo estuvo desde su nacimiento asociado a la guerra y al arte militar. Diversos escritos de Marx y Engels así lo confirman, tanto como sus cuidadosos seguimientos de las guerras en curso dentro y fuera del continente europeo. En su Introducción General a la Crítica de la Economía Política, de 1857, Karl Marx nos dice que “la guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etcétera, han sido desarrollados por la guerra  y en los ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa.”1 De los dos jóvenes amigos fue Friedrich Engels quien se especializó en el estudio sistemático de la problemática militar. Este, a quien por su pasión por las cuestiones de la guerra Marx lo había apodado como “el general”, dejó innumerables escritos dispersos a lo largo de su obra que son una fuente fundamental de reflexión sobre el tema que nos ocupa.2
Va de suyo que no será el objetivo de esta presentación indagar en las reflexiones de Marx y Engels sobre la materia. Tampoco haré un examen del corpus de teorizaciones en torno a la guerra surgido al calor de la Primera Guerra Mundial, en donde Lenin, Trotksy, Rosa Luxemburg, Kautsky y, más tarde, Gramsci, se refieren extensamente al tema. El propósito de esta intervención está fuertemente signado por las exigencias que impone la coyuntura y, por consiguiente, me limitaré a invitar a los lectores y a quienes están aquí presentes a incursionar en esos escritos militares de los padres fundadores y de las principales figuras del marxismo clásico. En todo caso será suficiente señalar aquí que en la medida en que la tradición marxista coloca en el centro de la dinámica histórica el enfrentamiento social era tan sólo lógico que sus análisis sociológicos y económicos terminaran refiriéndose, de una u otra manera, a la guerra social, desarrollada abierta o encubierta. Por eso en el célebre Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels hablan de “la guerra civil más o menos encubierta” que se desarrolla en las sociedades burguesas y de ahí también la permanente referencia a los escritos sobre la guerra de Carl von Clausewitz, el más importante teórico de la guerra en aquellos tiempos.3

Dicho lo anterior vayamos al grano.

I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la expansión imperial.
La expansión/mundialización del modo de producción capitalista es un rasgo estructural de este sistema económico. Adquiere un impulso especial luego de la Segunda Revolución Industrial que, a mediados del siglo diecinueve, modificó radicalmente el panorama de los transportes y los medios de comunicación. La revolución en la navegación y el ferrocarril, y la telegrafía sin hilos dieron un nuevo impulso al comercio mundial y a la expansión territorial del capitalismo. Poco más de un siglo después, en la época actual, las telecomunicaciones, la Internet y los avances en los transportes aéreo, marítimo y terrestre producirían idénticos resultados pero en una escala incomparablemente mayor.

martes, 8 de marzo de 2016

Mujeres

La Embajadora Maité Rivero durante una visita al Centro de Tratamiento al ébola de Coyah  
Enrique Ubieta Gómez
Este es mi homenaje a las mujeres cubanas en su Día
Fragmento de mi libro Zona roja. La experiencia cubana del ébola (La Habana, Casa Editora Abril, 2016)
Las autoridades cubanas determinaron que solo irían hombres —se desconocía el nivel de riesgo real que correrían los especialistas que se enviaban y los análisis estadísticos parecían confirmar la hipótesis, posteriormente descartada, de que las mujeres eran más proclives biológicamente a contraer el virus—, y la medida causó disgusto entre cientos de mujeres médicos y enfermeras que deseaban participar. El doctor Manuel Seijas, coordinador del equipo médico cubano que se desempeñó en la Unidad de Tratamiento al ébola de Maforki-Port Loko, en Sierra Leona, me explicaba:
Nosotros hicimos un balance del trabajo a los dos meses, con un estudio del comportamiento de la enfermedad y nos percatamos de que el virus no tenía predilección ni por edad ni por sexo. Pero los hábitos y costumbres del país hacían más vulnerable a la mujer, por el desempeño que tiene en la vida diaria, porque es la que más relaciones tiene, la que más se mueve dentro de la población en busca de la alimentación, los quehaceres hogareños y por ende, era la que más se infectaba. También predominaba en los niveles de letalidad, no con mucha diferencia, pero predominaba el sexo femenino. Porque físicamente la mujer estaba también más deteriorada. Eso lo pudimos apreciar.
Lo mismo sucedía con niños y ancianos, según el doctor Seijas: “se habla de una expectativa de vida de 47 años. Era extraño entre los pacientes ver ancianos. Los hay pero también en las edades extremas de la vida, en las personas mayores de 60 años y en el menor de 5 años la tasa de letalidad fue mucho mayor”.
Pero entre las razones que se argüían, aparecía una que revelaba el carácter de la misión: si los que partían podían no regresar, era preferible que fuesen hombres y no mujeres, pues estas constituyen la espina dorsal de la sociedad. No hubo limitación discriminatoria que indicase preferencia por motivos específicos de género, de orientación sexual o de fe: en la guerra contra el ébola participaron todos.
Por eso quiero dedicar algunas palabras a dos mujeres que vivieron momentos intensos de la epidemia sin amilanarse: a la embajadora de Cuba en Guinea, Maité Rivero Torres, que fue la única que permaneció en su frente todo el tiempo, desde antes de la llegada de los cooperantes cubanos especializados en el tratamiento al filovirus y de los recursos de la solidaridad internacional, hasta después de la partida de estos, junto a su esposo, Daffne, y a la doctora Eneida Álvarez Horta, quien se desempeñó como jefa de la brigada del Programa Integral de Salud (PIS) en Sierra Leona, hasta la llegada del contingente Henry Reeve.
La doctora Geldys Rodríguez Palacio estuvo menos tiempo al frente de la brigada cubana del PIS en Guinea Conakry —sustituyó al doctor Graciliano, que terminaba su misión, y había sido enrolado como segundo jefe por el contingente Henry Reeve, que combatiría el ébola—, pero también pidió quedarse y afrontar el peligro de la epidemia.
De Maité, me diría el doctor Graciliano, que era el jefe del PIS en Guinea cuando empezó la epidemia: “Siempre me mantuve al tanto de la situación de la enfermedad con la embajadora Maité, que fue una escuela realmente como persona, como cubana, como amiga. Siempre estuvo al tanto de lo que ocurría con el ébola, que empezó en marzo de 2014”. Maité gozaba de un gran prestigio entre los funcionarios del gobierno guineano, y eso nos abrió todas las puertas ante ministros e intelectuales, y el acceso al Presidente de la República. La habían visto acompañar a sus médicos y enfermeros, y comportarse como una guineana más. Su peculiar carisma y su sencillez —nos sirvió de traductora en los encuentros oficiales, a pesar de su rango diplomático y ha sido una colaboradora entusiasta de este libro en la distancia— la involucraron en todas las actividades de la brigada, que visitaba en Coyah asiduamente. Pero Maité era una cubana en todas las derivaciones del gentilicio. Una anécdota revela su carácter: durante una recepción en honor a la orquesta Aragón de visita en el país (que por supuesto terminó en un pequeño concierto), el Presidente, una persona muy circunspecta, la invitó a bailar —ella es una casinera consumada—, y las imágenes de ese baile fueron trasmitidas una y otra vez por la televisión nacional. El presidente Alpha Condé nos contaba risueño: “La esposa del presidente de Mali me llamó, ¿cómo es que la Aragón viene a Guinea, bailas con la embajadora de Cuba y no me invitas a venir a bailar también? Aquí en Guinea me llamaron para decirme, ¿por qué bailas con la Embajadora de Cuba y con nosotras no? Ella es mi compañera de baile. Los guineanos hemos crecido con la música cubana”. Y le dijo un día a ella, invitada de manera inusual a una reunión de embajadores africanos: “Cuba es África”. Era una mujer querida y respetada por todos. Al finalizar su misión en noviembre de 2015, recibió la Orden Nacional del Mérito de la República de Guinea, en el grado de Comendador, por su contribución a la amistad entre los pueblos cubano y guineano. En sus palabras de agradecimiento, dijo: “Sentimos que esta condecoración pertenece también a todos los colaboradores cubanos que han cumplido misión en este país, especialmente los del sector de la salud y, entre ellos, de manera particular, a los 38 médicos y enfermeros que, bajo los auspicios de la Organización Mundial de la Salud, vinieron a combatir la epidemia de ébola, aún a riesgo de sus propias vidas”.
De la doctora Eneida Álvarez Horta y sus compañeras de misión en Sierra Leona, también hay mucho que decir. Cuando la brigada regresó de sus vacaciones patrias, en mayo de 2014, la prensa solo hablaba de la existencia de una epidemia de ébola en los países limítrofes, Guinea y Liberia. Los funcionarios del gobierno sierraleonés al parecer, ocultaban la presencia de la enfermedad. Ella me cuenta:
A finales del mes de mayo, el ambiente en la oficina del doctor Maya Conteh, coordinador del proyecto en el Ministerio de Salud, se tornaba tenso, pero no hablaban delante de mí. Yo estaba preocupada, sabía que sucedía algo y que tenía relación con el ébola; todos los días despachaba con él los problemas de la brigada, cuando se resolvían unos, aparecían otros y antes de ir a mi consulta o después que terminaba, nos reuníamos.
Mi chofer ya sabía que se estaban muriendo personas en Kailahun, distrito que se encontraba a una distancia de 75 millas del distrito de Kenema, donde yo tenía tres colaboradores y de Kailahun a Liberia 105 millas, además de que entre Kenema y Liberia existía comunicación por carretera, una distancia de 175 millas; todos estos datos para mí eran muy importantes, pues en Liberia la epidemia estaba fuera de control y las personas huían hacia Kailahun. Como le explicaba anteriormente, los enfermos morían y no se sabía de qué, pues muchos no asistían al hospital por miedo, huían a la selva y ahí morían, además los síntomas eran parecidos a los del paludismo, enfermedad endémica en África y en Sierra Leona.
En los primeros días de junio me entrevisté con el coordinador y el primer punto del despacho fue sobre el ébola, le dije, desde que llegamos he oído comentarios de que existen casos de ébola en el distrito de Kailahun, quiero que me diga la verdad y si me está ocultando información, por temor a que Cuba retire la brigada no tenga preocupación, que yo estoy convencida que nosotros no nos vamos a ir de aquí, la posición de Cuba ha sido siempre la de enviar refuerzos y no la de retirar al personal cubano, y le hice la historia del cólera en Haití y del terremoto en Haití. Entonces ya me dice que es verdad, que hay muchos muertos en ese distrito, pero que no se sabía con certeza porque no tenían para hacer el test y se enviaban las muestras al distrito de Kenema, donde estaba el único laboratorio de Fiebre de Lassa y trabajaba el único y mejor virólogo del país y estaban dando positivos algunos casos, ahí yo tenía trabajando en ese hospital a tres colaboradores, dos mujeres y un hombre.
A partir de ese momento el ébola empezó su conquista de territorios, y la doctora Eneida, multiplicándose, paró en seco a quienes se sentían proclives a abandonar la misión; visitaba a sus colaboradores, informaba y recibía orientaciones de Cuba, distribuía los trajes especiales, las indicaciones de bioseguridad aprendidas en La Habana. Hubo situaciones difíciles, como la de aquella licenciada en anestesia que trabajaba en el salón de operaciones del hospital materno y recibió a una enferma en muy malas condiciones, sangrando, y tuvo que administrarle por vía endovenosa la metoclopramida y tomarle la tensión arterial. La mujer falleció al día siguiente y el test confirmó que era ébola. Fue puesta de inmediato en cuarentena y se informó a La Habana. Pero la mujer había usado de forma correcta el traje y seguido el procedimiento indicado.
Las anécdotas de los hospitales son dramáticas: “En las salas de medicina general morían pacientes y varios días después se comentaba que habían tenido ébola y no malaria, pero los colaboradores eran muy disciplinados en el cumplimiento de las medidas de seguridad; y no se procedió a la evacuación porque entonces, ¿quién iba a atender a los niños y a las embarazadas?”. En la capital no fue más organizada la recepción del filovirus:
Cuando la epidemia llega a la capital, enferma y fallece en el hospital Connaught un médico sierraleonés, solo de sujetar a una mujer que se desmayó porque tenía ébola. En ese salón esperaban para ser atendidos todos los enfermos y había confusión, no se clasificaban, y por ahí mismo entrábamos nosotros cuatro, los colaboradores de las especialidades de maxilofacial, otorrino, electromedicina y dermatología. Después de la muerte de ese médico, el hospital se declara en huelga y cierran casi todos los servicios; el personal nacional se niega a trabajar por el riesgo al contagio, pero nosotros continuamos prestando asistencia médica, ya no entrábamos por ese lugar, sino por otro, pero los pacientes pedían el alta, apenas quedaban pacientes ingresados. Murieron muchas enfermeras que trabajaban en la clasificación en el cuerpo de guardia.
La situación cada día se hacía más difícil y a la consulta del otorrino llegaban pacientes sangrando y con síntomas que no tenían que ver con su especialidad, al máxilo también le llegaban pacientes en malas condiciones y con fiebre, y a mí que era la dermatóloga, con problemas ginecológicos y con otros síntomas. Sabíamos que las enfermeras no los estaban clasificando y solo había dos médicos en el cuerpo de guardia, de una ONG. En el pasillo donde estaban la consulta del otorrino y la mía, los pacientes se caían y cuando los llevaban para el cuerpo de guardia, morían de ébola.
Los hombres de esa brigada se sintieron compulsados por el ejemplo de las mujeres. El doctor Jacinto del Llano Rodríguez, con misiones anteriores en Gambia y en Venezuela, reconoce el valor de sus compañeras: “En algún momento sentimos miedo. Es una enfermedad muy difícil, desconocida, no había un tratamiento específico, pero somos cubanos y hemos vivido otras crisis. Las mujeres fueron un pilar muy importante. Ellas no querían irse, querían completar la misión que se cumplía en abril. Todos los hombres y las mujeres dimos nuestra disposición de si era necesario pasarnos a la brigada del ébola”.
Opinión que comparte y amplía el electromédico de la brigada, Pedro Luis Ferreira Betancourt, de 60 años, con misiones previas en Mozambique y en Honduras:
Nuestra jefa de brigada siempre estuvo muy preocupada porque todos cumplieran con las medidas de seguridad, yo estuve en dos recorridos con ella por las provincias asegurando eso, pero las mujeres demostraron su grandeza. Estuve en Kenema en agosto, cuando surgía el primer foco, el foco rojo, allí estaban dos compañeras y su respuesta fue que se quedaban allí, que no las trasladaran. Siempre hay alguien que se asusta más, pero nadie abandonó su puesto de trabajo. Ninguna mujer flaqueó, fue muy inesperada la noticia de que debían abandonar la misión.
Por eso fue tan dura la decisión —tomada en el mes de octubre, cuando la epidemia empezaba a declinar— de que las mujeres debían regresar a Cuba. La impetuosa Eneida envió una sentida carta a Cuba, que reproduzco porque expresa el sentir de esas mujeres ejemplares, y de las mujeres cubanas:
Estimados compañeros:
En reunión extraordinaria del Consejo de Dirección al cual pertenezco por mi condición de jefa de la BMC permanente en Sierra Leona, convocada por la dirección de la Misión estatal, recibí con asombro y desconcierto la triste noticia del retiro inmediato de las mujeres que integran nuestra brigada, que en su mayoría hace más de dos años prestan servicios en este país y se han ganado la admiración y el respeto de nuestros compañeros, del pueblo sierraleonés, sus autoridades sanitarias y políticas.
Desde el comienzo de la epidemia de ébola, las mujeres nos hemos mantenido firmes y fieles a las ideas de Fidel, Raúl, nuestros padres y la Revolución, convencidos de que nunca abandonaríamos a este pueblo en los duros momentos que atraviesa.
En los meses de julio, agosto y septiembre, cuando la situación de la epidemia se hizo más difícil y nos encontramos prácticamente solos en este país, nos comunicábamos diariamente con los colaboradores y las mujeres siempre respondieron valiente y positivamente, ninguna abandonó su puesto de trabajo y algunas asumieron los servicios del personal médico extranjero y nacional que se marchó por temor a la epidemia. Visitamos Kenema, segundo foco rojo por aquellos días, para valorar la permanencia de nuestros compatriotas ubicados en ese distrito y la respuesta de la doctora Vanesa, la Licenciada Teresa y el doctor Larramendi fueron muy precisas y estimulantes, continuarían extremando las medidas de protección para permanecer allí donde eran tan necesarios.
Nunca recibí ninguna queja de alguna de nuestras compañeras, ni en los momentos de mayor peligro, cuando inclusive algunos de nuestros hombres dudaron en permanecer en sus puestos de trabajo, por temor al contagio. Acataremos disciplinadamente las decisiones de nuestros superiores, pero pienso que precisamente ahora, cuando la epidemia está decreciendo notablemente como registran los reportes oficiales, están garantizados los medios de protección adecuados y contamos con la presencia alentadora de la Brigada Médica del Contingente Henry Reeve y un representante permanente del MINREX, nos merecemos un voto de confianza para al igual que los hombres, cumplir enteramente con nuestro compromiso.
Todavía no he sido autorizada para comunicar esta nueva decisión a las demás compañeras, pero estoy convencida de que todas compartirán mi sentir.
El mejor reconocimiento a nuestro sacrificio y entrega sería regresar en abril a la Patria, todos juntos, hombres y mujeres, con el inmenso orgullo del deber cumplido como dignas herederas de Mariana, Celia, Vilma y tantas otras heroínas que a lo largo de los gloriosos años de Revolución han entregado lo mejor de sí, para poner en alto el nombre de la mujer cubana.
Revolucionariamente
Dra. Eneida Álvarez Horta
Coordinadora de la Brigada Médica Cubana Permanente en Sierra Leona.
A pesar de esta sentida carta, todas las mujeres que estaban en Guinea y Sierra Leona fueron llamadas de regreso a Cuba, fueron condecoradas con la Orden 23 de agosto, que otorga la Federación de Mujeres Cubanas. Todas las mujeres y los hombres del PIS que estaban en los países del ébola recibieron además la Medalla Hazaña Laboral. Las mujeres, casi todas, partieron hacia otros países, a cumplir nuevas misiones internacionalistas. La doctora Eneida se encuentra, en el momento en que redacto estas líneas, en Mozambique.
Es imprescindible también que dedique unas palabras a las esposas y a las madres de los brigadistas cubanos. Algunas estaban embarazadas cuando sus esposos partieron —y sus hijos nacieron mientras estos se exponían en África Occidental—, otras tenían niños pequeños, de uno o dos meses; todas recibieron el impacto de la selección de sus compañeros o hijos para una misión que se vislumbraba desde el mundo como suicida, y sin embargo, en su mayoría los apoyaron. Todas sufrieron la muerte por paludismo de los dos colaboradores, Jorge Juan y Coqui y la enfermedad de Félix, como si hubiese sido la de sus hombres o hijos. Las hay de todas las esferas laborales, porque hay más mujeres profesionales en Cuba que hombres, y sin embargo, tuvieron que cargar con todas las responsabilidades, sociales y familiares, que antes compartían. Como recodaba el presidente Raúl Castro en la “Conferencia de líderes globales sobre igualdad de género y empoderamiento de las mujeres: un compromiso de acción”, el 17 de septiembre de 2015, en Nueva York:
La esperanza de vida al nacer de las cubanas es de 80,4 años; la tasa de mortalidad materna directa es solo de 21,4 por cada 100 000 nacidos vivos, una de las más bajas del mundo; representan el 48 % del total de las personas ocupadas en el sector estatal civil y el 46 % de los altos cargos de dirección; el 78,5 % del personal de salud, el 48 % de los investigadores científicos y el 66,8 % de la fuerza de mayor calificación técnica y profesional. Cursan, como promedio, 10,2 grados y son el 65,2 % de los graduados en la Educación Superior. 

Preguntas y respuestas

Enrique Ubieta Gómez
El domingo en la noche, mi amiga Arleen me entrevistó en su programa de Radio Rebelde. La excusa era mi libro sobre el ébola y la epopeya cubana en los tres países africanos afectados por la epidemia, pero la entrevista se tornó más personal en su último segmento. Quedé insatisfecho con mis respuestas: no es que algunas de sus preguntas fueran inesperadas –toda buena entrevista las trae–, es que, sencillamente, algunas de esas preguntas no me las había hecho yo antes.
¿Cuando me convertí en revolucionario?, preguntó. O más exactamente, ¿cuando decidí que el sentido de mi vida sería la Revolución? Fidel se hizo revolucionario en la Universidad, recordó, y el ejemplo me sobrepasaba en todos los sentidos: a mí me hizo revolucionario Fidel, su generación, que es la de mi padre. Desde mi adolescencia discutía con Papá de política. Entonces usaba sus ojos. Su sabiduría me parecía insuperable. Pero, ¿dedicar mi vida a la Revolución? ¿No fue eso lo que hizo todo el pueblo de Cuba, desde su humilde y heroica cotidianidad, sin declaraciones previas, con la naturalidad de los consensos ineludibles? Algunos, es cierto, con mayor conciencia que otros, y con mayor vocación o predisposición natural para la política revolucionaria. Porque, sin dudas, hay espíritus conservadores (no contrarrevolucionarios) y sentidos de vida muy puntuales, e igualmente genuinos. Cada persona debe encontrar y defender el suyo.
Al terminar el Pre, yo solo pensaba en ser escritor, pero eso no me invalidaba como revolucionario. La Revolución había desarrollado nuestras individualidades, y nos decía que “la tarea” era ser un buen estudiante y un buen profesional. Aunque visto así, las cosas se me ponen feas: nunca fui un buen estudiante ni ocupé responsabilidades relevantes en las organizaciones juveniles.
Pero Arleen contraatacaba: muchos de los que se asumían por entonces como revolucionarios, demostraron no serlo después. Además, de lo que se trata, o de lo que trataba la pregunta, era de una dedicación plena, conciente, a los ideales, a la ética de la Revolución, que son los de la justicia social, en Cuba y en el mundo: no es lo mismo comprenderla y seguirla –o incluso, ocupar cargos en el país–, que ser revolucionario. El entorno de un revolucionario no es solo su vecindad, ni se reduce a su país, es el mundo. Cierto.
También tuve o padecí mis exabruptos de adolescencia, más cercanos a la vocación aventurera que a la revolucionaria, como aquel que nos hizo expresar y argumentar en una carta alucinada, redactada por mí a los 16 o 17 años, la disposición de un grupo de amigos a dar clases en Angola, en plena guerra. Recuerdo que el delirio, o las desmesuradas ansias de aventura, nos indujo a enumerar capacidades y saberes imposibles a nuestra edad. No existía aún el Destacamento Pedagógico internacionalista. La respuesta fue iracunda: no habíamos contado con la dirección de la UJC en la Escuela Lenin. En fin, si la Revolución está en el poder, no se puede ser revolucionario por cuenta propia.
Después me fui a estudiar a la Unión Soviética –no porque venerara el socialismo de aquel estado multinacional, sino porque quería viajar y conocer otras tierras–, y allí tuve el pelo largo y la libertad de decidir cada minuto de mi vida. A mi regreso cumplí el servicio social en Camagüey.
Nunca fui seleccionado para ir a Angola, a ninguna de sus misiones. En mis primeros años como profesional, retomé el camino de la literatura. Casi nueve años en el Instituto de Literatura y Lingüística me sirvieron para estudiar el pensamiento cubano y regresar a Martí. Sí, porque primero estudié a Marx –soy graduado de filosofía marxista– y después a Martí. En mi niñez leí la Edad de Oro y mi padre fue un martiano de corazón, pero hablo de estudios, de sistematizar conocimientos. Cuando se llega a Martí, ya no se abandona jamás. Martí es la fuerza centrípeta de la cultura cubana.
¿Por qué, si se evitan las preguntas manidas, algunos radiooyentes esperan las respuestas “correctas”? No puedo decir que en mi adolescencia o en mi primera juventud hiciera juramento alguno de entrega a una causa: mi Cuba no era la de los años cincuenta del siglo pasado, ni la Venezuela de los ochenta. Y yo, evidentemente, no era ni Fidel ni Chávez. Sin embargo, en la dedicatoria de mi primer libro –publicado en 1992 y consagrado al estudio académico de las ideas en Cuba–, escribí: “A Papá, que entregó sus mejores años a la Revolución con lealtad y desinterés. A Edi, (mi primer hijo) que también algún día juzgará mi vida”. En 1987 obtuve la militancia del Partido, y en los años iniciales del Período Especial, fui secretario del núcleo en aquel centro. Acababa de recibir el Premio UNEAC de Ensayo.
Una estancia de tres meses en la URSS a finales de los ochenta, me hizo comprender que aquel Estado se desmoronaba. Por eso nunca fui perestroiko. Recorría la ciudad en bicicleta, de una punta a otra, y discutía, con pasión, en defensa de la Revolución.
Cuando en 1994 me nombraron director del Centro de Estudios Martianos, mi vida cambió. Del sosegado tempo académico –encuentros, una vez por semana, y la entrega de textos de veinte o veinticinco cuartillas cada seis meses–, pasé de manera abrupta al tempo político. El nombramiento coincidía con el nacimiento de una revista cuyo nombre marcaba un sentido: Contracorriente, a contracorriente de las tendencias vergonzantes y desencantadas, en defensa, a nuestra manera, de las ideas revolucionarias. Revista soñada primero en la sala de la casa de un amigo, como necesidad de participación política en el debate nacional e internacional, pocos meses antes de mi llegada al Centro. Entré en el huracán de la guerra de ideas: en Cuba se discutía el pasado, y cada contendiente lo hacía desde la atalaya de su proyecto de futuro. Mi vocación se activó. Era imposible el regreso. Empecé mi tránsito hacia el periodismo, hacia un periodismo de opinión que lo mezclaba todo: el ensayo, el artículo, la crónica, el reportaje, la entrevista. Sigo pensando en la pregunta de Arleen, porque ella quería que pusiera fecha a mi entrega, y yo no me levanté una mañana siendo más revolucionario que la noche anterior. Los noventa nos redefinieron: perdimos la piel, y cada cubano de mi generación anduvo en carne viva, con lo que traía por dentro. Por eso cuando dejé el Centro, no pude regresar a la Academia. Era un combatiente. Tomé la iniciativa –nadie pudo impedirlo ahora–, y ya que no estuve en Angola, fui internacionalista por cuenta propia; con la ayuda de algunas personas, casi sin dinero, recorrí Centroamérica y Haití junto a los médicos cubanos. Así nació mi libro La utopía rearmada (2002). Escribir, mi camino en la vida, se convertía ya definitivamente en un arma de lucha política.
Al finalizar la entrevista, todavía quiso que dijera una edad, la edad del salto, y acorralado por la mirada inquisitiva y seductora de mi amiga, dije: después de los 30. Pero nunca hubo un salto, sino leves corrimientos hacia la luz.

miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Estancamiento, retroceso, involución? Hipótesis sobre la génesis de ciertos acontecimientos recientes en América Latina

 Guerra económica contra Venezuela
Atilio A. Boron 1
La región vive una coyuntura muy especial: al anunciado cambio de época proclamado con total acierto por el presidente Rafael Correa hace ya unos cuantos años lo acechan amenazas de una insólita gravedad. Proliferan las voces que pregonan -con indisimulada alegría algunos en la izquierda, con alivio otros en la derecha- el “fin de ciclo progresista”, más una expresión de deseos que un argumento sólidamente fundado. Pero más allá de esta disyuntiva, es indudable que el gran impulso ascendente de las luchas sociales y las fuerzas progresistas que desde finales del siglo pasado conmovieron a la región se ha ralentizado. La derrota del ALCA en Noviembre del 2005 aparece ahora, en perspectiva histórica, como el cenit de un proceso que luego iría debilitándose paulatinamente. Sin embargo, la inercia histórica era tan fuerte que ese auge de masas hizo posible  las victorias de Evo Morales en Bolivia a finales del 2005 y de Rafael Correa en Ecuador también a fines del 2006. No sólo eso: también hubo un impulso suficientemente vigoroso como para desbaratar la intentona de golpe y secesión ensayada en Bolivia en el 2008 y el golpe de estado en Ecuador en Septiembre del 2010. Pero, posteriormente, ese antiguo vigor fue menguando hasta llegar a una situación de estancamiento y, en ciertos casos, de abierto retroceso. El más importante, sin duda, fue el caso de la Argentina: este es el primer, y hasta ahora único, país gobernado por una coalición progresista que fue derrotado en una elección presidencial. En su lugar ascendió al poder una heteróclita fuerza de derecha, que hizo de su subordinación a Estados Unidos y a los cánones del neoliberalismo el principio rector de todas sus políticas. En Venezuela el oficialismo sufrió una durísima derrota en las elecciones de la Asamblea Nacional de Diciembre del pasado año pero el chavismo aún conserva el gobierno. No obstante, surgen muchas dudas acerca de su estabilidad en el mediano plazo y la gobernabilidad del orden democrático venezolano ante el abismo que separa un Ejecutivo acosado por innúmeros problemas de gestión y corrupción y un Legislativo dominado por una derecha rabiosa y vengativa, y cuya lealtad a las reglas del juego de la democracia es más que dudosa. Y apenas hace unos días, la ajustada derrota, pero derrota al fin, sufrida por el gobierno del presidente Evo Morales en el referendo constitucional viene a completar una trilogía de fracasos que se torna aún más preocupante si se tiene en cuenta que hace pocos meses las fuerzas de izquierda en Colombia perdieron la Alcaldía Mayor de Bogotá y la de otras importantes ciudades. Agréguese a lo anterior la tambaleante situación del gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, cuya continuidad en el cargo parece cada vez más pender de un delgado hilo, para comprender la gravedad del momento actual de la política sudamericana.

Autocrítica y debate: la gran ausencia
Una coyuntura como esta, descrita a grandes rasgos dado que es por todos conocida, exige llevar a cabo un análisis en profundidad de las causas que la explican. Para ello es necesario ejercer, como punto de partida, una sana y profunda autocrítica, huyendo de los discursos autocelebratorios que por demasiado tiempo prosperaron en la región. Quisiera señalar que hay en nuestros países una resistencia enorme a la autocrítica, tanto en la izquierda “en el llano”, renuente a examinar las causas de su ineficacia y de su inoperancia históricas como fuerza política, como en la “izquierda gobernante”, que se resiste a revisar críticamente lo actuado y a tratar de entender la génesis de su desventura actual.2 Tal como lo manifestara en su momento el ex presidente Raúl Alfonsín al autor de estas líneas: “en nuestros países la autocrítica se desliza velozmente hacia la antropofagia, con las desastrosas consecuencias que se desprenden de ello”. En el caso argentino luego de la inesperada (para el entorno presidencial) derrota del kirchnerismo representado en la candidatura de Daniel Scioli surgieron algunas voces reclamando que se explicara lo que parecía ser inexplicable. Pero a tres meses de producida la debacle del 22 de Noviembre del 2015 ni uno sólo de los dirigentes del Frente para la Victoria, comenzando por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, dijo una palabra acerca del asunto, y eso que muchos cuadros medios del kirchnerismo y algunos analistas independientes, como el autor de estas líneas, han venido reclamando insistentemente, y en vano, una autocrítica. La respuesta ha sido el más absoluto silencio.3 Creo que sin abandonar esta actitud va a ser muy poco probable que las fuerzas de izquierda y progresistas recuperen el papel protagónico que supieron tener en el pasado. Estas líneas pretenden hacer un pequeño aporte en esa dirección

El papel de los medios hegemónicos
Avanzando en esta línea primero que nada quisiera descartar un tranquilizador argumento utilizado hasta el cansancio en los últimos tiempos y según el cual la causa de este retroceso obedece a la perversidad de los medios concentrados que dispararon toda su artillería en contra de los gobiernos populares y manipularon eficazmente a la opinión pública. Sin duda que eso fue lo que hicieron, y de una manera brutal. Pero antes también lo habían hecho: ¿o acaso no ganaron Evo, Correa, el propio Chávez, Cristina, Lula, en contra de la presión de los medios hegemónicos? ¿Por qué entonces su prédica no surtió efectos tan deletéreos como los que demuestran al día de hoy? ¿Qué fue lo que potenció su gravitación? ¿Qué hubo en el medio?